Maldición de sangre, capítulo 2


-¿Y qué le pasa?

-Nada grave… insiste en que soñó algo. Me preocupa… no le creería tanto si no fuera por todo lo que yo soñé… Pero lo que me cuenta es muy similar a lo que yo sentí.

-Bueno, estoy yendo para allá. Tenés suerte de que me peleé con Gimena…

-¿En serio?

-Te cuento allá, no me gusta hablar mientras manejo. Estoy en quince minutos.

-Bueno, te esperamos.

Manuel cortó. Flavia lo miraba desde la otra habitación.

-¿Estás mejor?

-Sí.

-José está viniendo.

-¿Cómo está mamá?

Ni siquiera había escuchado la frase anterior.

-Bien, no sospecha nada. Le dije que habían tenido problemas en la empresa y estabas trabajando horas extras y todo eso. Dijo que te iba a llamar pero insistí en que no te molestara. Le tiré un poco de culpa por lo de siempre –Manuel sonrió. Su madre había obligado a Flavia a estudiar ciencias económicas; ese y otros mandatos maternos que ella lamentaba haber seguido eran fuente constante de reproches, a veces cariñosos, a veces no tanto-. Así que por unos días más, está eso. Después le decimos que te enfermaste…

-No, no. Me va a querer cuidar…

-Cierto. Bueno, vemos si José tiene alguna idea mejor.



Lamentablemente para ellos, José traía sus propios problemas. Con ojos desorbitados, lo vieron encender un cigarrillo y sacar una petaca de whisky. Era como si extraterrestres hubieran reemplazado a su primo con una mala copia.

-¿Embarazada?

-Sí, tarado, embarazada. Un bebé. No sé, es muy pronto, puede ser nena. Pero si es un nene… ¿te das cuenta? Los padres siempre quieren tener un pibe para enseñarles a jugar a la pelota y todas esas estupideces. Yo no porque soy un queso jugando al fútbol. Es absurdo…

Chupó el cigarrillo como si fuera un caramelo de menta. Dijo varias cosas más, sin sentido, mientras se pasaba la mano por el cabello.

-Pará, pará un cacho –lo interrumpió Manuel cuando empezó a negar con la cabeza, tratando de sacudirse la verdad-. Nos tranquilizamos un poco todos…

-Vos lo decís porque no estás hasta acá…

-Eso es lo que le digo yo…

-¿Ahora me atacan los dos? Vos el otro día te querías matar, y ahora cae este que no sabe si es nena o nene… si seguimos así nos matamos todos y listo. Más barato imposible, sin maldición ni nada del otro mundo.

Nadie contestó y José se puso a buscar otro paquete de cigarrillos. Manuel lo interceptó.

-Pará con los puchos, en serio. Escuchame, es una de dos. Cincuenta por ciento. Todavía no sabes, podés zafar. ¡Pensá en positivo, hombre!

-Está bien… mejor lo dejamos ahí. Tenés razón, me calmo un poco… pero es que Gimena me quiere matar. Debo haberle puesto una cara de asco cuando me dijo del bebé… Casi no me habla, nos peleamos ayer, se fue de su mamá por el fin de semana… Todo mal.

-Después hacemos terapia y buscamos una manera de que no se dé cuenta, ¿eh? Después que solucionemos lo de mamá, ¿no te parece Flavia? Pero primero contale al primito José qué soñaste.

Manuel había quedado atrapado, inesperadamente, por los dos flancos. Si ya le costaba mantener a raya a su hermana, que podía ser muy temperamental a veces, ahora le caí su primo con un problema tal vez mayor… Y sus intentos por calmarlos y distendernos no tenían porqué ser acertados. A Flavia no le causó nada de gracia lo de primito, ni la sonrisa burlona que hizo su hermano cuando se refirió a su traumática experiencia onírica.

La rubia le repitió a José la historia, desde que se había quedado dormida en el sofá hasta que encontró el medallón, y cerró el relato sacándolo de su bolsillo.

-Mamá me lo dio y dijo que a ella se lo había dado su mamá. Pero lo que soñé… viste que las cosas que soñás se te borran, a veces te las olvidás antes de poder escribirlas. Nada que ver. Esto lo tengo grabado, todavía veo la sangre… me da asco -le robó un cigarrillo a José, que se rindió de nuevo a la tentación del tabaco, y lo encendió-. Y la ropa que usaban era de principio de siglo, ponele. Así que no sé si será alguna bisabuela… no conozco tanto la historia de la familia. Y en esa época la gente se moría como moscas… No sería nada raro.

Hubo un largo silencio. Manuel, el único que no fumaba, se alejó del humo y miró el reloj. Ya eran las diez de la noche.

-Así que un medallón. ¿Y si la maldición tiene algo que ver?

-No, no creo. Soñé que se lo regalaban, que el esposo se lo compraba, nuevo. Así que me parece que no… ella me miraba y me decía que lo usáramos. Todos. ¿Se refería a nosotros? ¿Cómo vamos a usar un medallón para hablar con…?

-Con nosotros.

-Eso es lo que me quedé pensando.

-A lo mejor se refería a los muertos de la familia. Por lo menos, a los que se murieron por culpa de la maldición.

Los dos miraron a Manuel, que había dicho eso mientras cerraba la puerta que daba a su estudio. Como las miradas eran pesadas y largas, pensó que lo estaban acusando de algo.

-Quiero recordarles que soy pintor –se excusó-. Hay cosas inflamables por todas partes y las telas absorben el humo.

-No, lo que dijiste.

-Ah, eso. Vos soñás con una muerta, yo soñé con otra… No digo nada raro, sumo uno más uno. Lo que pasa es que ustedes son gente de números –vio el inicio de nuevos gestos hoscos y agresivos, y recordó sus anteriores intervenciones, así que cambió sutilmente de argumento-. Quiero decir, están acostumbrados a pensar racionalmente. Y esto no tiene por qué ser racional. Yo pinto lo que sueño… quiero decir… No me estoy explicando bien.

-Lo que querés decir –aclaró Flavia mientras apagaba la colilla del cigarrillo en la tapa de la petaca que José había terminado- es que tenemos que pensar de otra manera. Una maldición no es algo racional, y por lo tanto no tiene una explicación racional…

-O una forma racional de buscarle una cura.

-Esperen, esperen los dos. ¿Les parece que por eso se quieren comunicar con nosotros?

-Puede ser. Si quisieran vernos dar vueltas en círculos y reventar como sapos, sería más fácil no decirnos nada.

Flavia lo miró muy feo ante la nueva metedura de pata. José, que estaba más preocupado por racionalizar todo aquello, se rindió ante la idea.

-Hagamos esto. Supongamos que tienen razón. Que los espíritus de los que murieron por la maldición nos hablan en los sueños. Eso no nos dice nada más. ¿Cómo nos comunicamos con ellos con un medallón? Ni siquiera tiene una foto, o algo… no sabemos de quién fue ni nada.

-Yo puedo averiguar… pero le tendría que preguntar a mamá… y no quiero hablar con mamá.

Discutieron aquello un rato más, pero no encontraron ninguna idea interesante. Ojerosos y con los hombros caídos, Manuel los vio desplomarse en un nuevo arrebato de desesperación.

-Gente, gente. Vamos a hacer una cosa. Ya casi es medianoche. Vos chupaste así que no te vas manejando de acá. Vos estás mal y no tengo ganas de llevarte en el auto hasta tu casa. Hace frío y me odian por todo lo que dije. Lo menos que puedo hacer es hacerles lugar para que se queden a dormir acá.

Pensó que le dirían que no, pero para su sorpresa, ni siquiera protestaron por las escasas comodidades que tenía para ofrecer.

Con José movieron un sofá de dos cuerpos, que ofrecieron galantemente a Flavia. Ella estaba demasiado cansada como para acusarlos de machistas. Manuel trajo un colchón que tenía en el estudio, en el que dormía o leía de a ratos cuando se cansaba de pintar. José aceptó dormir en un sillón reclinable, tapándose con su saco.

El exhausto trío cruzó la medianoche con un sueño intranquilo, mientras José desistía de fumarse un último cigarrillo a escondidas y Flavia apretaba el medallón contra su pecho.

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