Wreck-It Ralph (2013)


Hace tiempo que sabía, desde el trailer, que esta película iba a resultar interesante, aunque pudiera no ser buena. La idea detrás de la misma era atractiva, y parecía estar funcionando.

La verdad es que, si uno teme encontrar una película sosa y simplona porque es de Disney, rápidamente pierde ese miedo y se deja llevar por una excelente historia, llena de fórmulas tal vez conocidas, pero muy bien realizadas, y con pequeños giros que le dan un sabor único y refrescante.

Con la enorme ola de nostalgia ochentera y noventera de fondo, tanto en cuestiones tecnológicas como estéticas (que me lo digan a mí, que me instalé el Mame hace poco para redescubrir los arcades de mi infancia), la propuesta era, al menos visualmente, impecable. Pero por suerte, no se trata solamente de un caramelo para  los ojos, y la película plantea una historia muy interesante, sencilla pero efectiva, con personajes bien planteados y un sentido del humor equilibrado e inteligente.

Es de Disney, ciertamente, lo cual puede asustar: pero aunque se trata de una película apta para todo público, creo que, por su abordaje generacional, la disfrutarán más los grandes. Por otra parte, si bien tiene algún mensaje para el espectador, este no es ni directo ni exagerado, y se lo aborda desde diferentes puntos de vista, de una manera sutil e inteligente. No es necesario cambiar el mundo para mejorar tu vida: tal vez sólo tienes que verte a tí mismo de otra manera, para que los demás también s den cuenta de tu importancia.

La historia comienza con Ralph, personaje de un videojuego de los 80s llamado Fix-It Felix Jr. Pero allí está el dilema: él no es el héroe, sino el malo. Es el villano "demoledor", que con sus enormes manos rompe el edificio de departamentos de un idílico lugar llamado Niceland.

Los asustados y estirados pobladores de 8-bits de este edificio llaman entonces al protagonista, Felix, un pequeño carpintero (con algunas reminiscencias a Mario) que posee un martillo mágico, herencia de su padre, capaz de arreglarlo todo. Los jugadores del videojuego manejan a Felix, quien invariablemente recibe una medalla y se convierte en héroe al llegar a la cima del edificio y vencer a Ralph, quien es arrojado por la azotea por los habitantes del edificio.

El videojuego ya tiene tres décadas y Ralph está harto de su trabajo diario, sobre todo porque este implica ser siempre vencido y humillado. Para colmo, su forma de vida es lamentable: su cama es un montón de ladrillos rotos, no tiene casa y debe dormir fuera del enorme edificio que sirve de residencia a los personajes del juego (ese mismo que es invariablemente roto y reparado). Está completamente solo y para colmo, estos personajes lo relegan siempre, pensando que él es realmente malo. En realidad, no es más que un bruto algo tosco pero de buen corazón, que a causa de su aislamiento no es muy bueno expresándose.

En resumen, Ralph ya se ha cansado de tener una vida en la que no encuentra sentido. No sabe cómo, pero quiere cambiar la situación que lo abruma, ser por una vez el ganador, el protagonista, el héroe alabado.

Entonces intenta encontrar una respuesta en una sesión de "Malos Anónimos", en una escena que matará de risa y de nostalgia a cualquier fanático de los videojuegos. Como él, muchos personajes resienten ser villanos de videojuetos, porque implica perder siempre y ser relegados frente a los héroes, que terminan siendo los verdaderos protagonistas. Pero se han organizado para no dejar que esto los deprima: después de todo, es su trabajo y su forma de vida, su razón de ser y su forma de demostrar en qué son buenos. Buscan superar estos malos sentimientos "un juego a la vez".

Varios de los villanos de videojuegos más icónicos,
presentes en una de las escenas más memorables.
Pero a pesar de todo su apoyo, la respuesta que le ofrecen no le satisface, y luego de un último desaire, Ralph se propone llevar adelante una muy especial tarea. Con eso espera ser considerado un héroe, demostrando su valor y alcanzando así la estima de sus compañeros de juego.

Lo que Ralph se propone no es nada fácil, y plantea aventurarse en el mundo de otros videojuegos que conviven en la misma galería de arcades.

Aquí, lo que parecía una genialidad de los realizadores se convierte en una super genialidad. Porque los personajes de todos los videojuegos conviven en un gigantesco mucho, lleno de colorido y acción, y tienen una vida detrás de las pantallas, sobre todo cuando las luces de la galería de arcades se apaga. Pero hay reglas, y lo que sucede cuando alguien rompe ese equilibrio es potencialmente peligroso para todos. Ralph no sabe en la que se ha metido.

Poco más puedo decir sin estropear la historia de la película, que tiene, como ya dije, muchos gags de todos los tamaños, referencias de todas las épocas y estilos de juego, giños y giros, mucha nostalgia y una historia sólida, aunque sencilla. Es, básicamente, el clásico camino del héroe, pero con algunas vueltas de tuerca interesantes y divertidas.

Finalmente, como dato curioso, me resultó raro averiguar, investigando, que esta historia viene dando vuelta desde hace mucho años en las cabezas de sus realizadores. Hoy parece un momento inmejorable para haberla realizado, como ya dije, gracias a toda la nostalgia de los 8-bits y muchas otras cuestiones estéticas y tecnológicas que son reflotadas de esas dos décadas mágicas de los 80s y 90s. Ya solamente por eso vale la pena la película, y con todo lo demás, ni se imaginan.




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