Mis niños interiores (I)


Tengo una relación algo particular con los juguetes. Evidentemente, cosa de mi infancia. Con mi hermano éramos de jugar por horas, en nuestra pieza o en el jardín, armando civilizaciones con todo lo que teníamos a mano. Ya he mencionado antes mi experiencia con los Playmobils, que derivaron luego, según creo, en mi gusto por los juegos de rol, la creación de mundos y sociedades, etc.

Tengo también, claro, experiencias no tan agradables. Cuando eres niño te regalan todo lo que se puede; recordamos con mi hermano que, justamente, los sets más grandes de los Playmobils (el galeón, la nave espacial, etc.) eran inalcanzables para el bolsillo de nuestos padres, sobre todo en una época de cierre de importaciones. Ellos nos explicaban que no podían y lo entendíamos, y por eso nunca hubo "rencor". De ser honestos, en aquella época nuestros padres nos compraron muchas cosas, siendo que los juguetes eran de mayor calidad y más caros que ahora. No nos podíamos quejar.

Pero la experiencia más traumática es cuando tienes que separarte de ellos. "Ya estás grande" te dicen. Jugar con soldaditos (bueno, nunca tuve soldaditos, en serio!) queda tan mal como si jugaras con una Barbie. Ni siquiera te los admiten como adorno. Mis autitos a fricción y algunos avioncitos estaban en estanterías donde no habían nada, pero tuve que empezar a guardar mis figuras de He-man y She-ra, mi vehículo transformable de MASK, y todo eso. Y cuando guardar no fue suficiente, aumentó la presión para simplemente regalarlos (en esa época ni pensar en venderlos en alguna parte y al menos sacar algo de dinero).

Y cuando esa presión aumentó demasiado, terminé de perder parte de mi infancia. Así como perdí mis rastis, las partes del mecano y cosas así. Fueron a parar a un primo que no los apreciaba ni un tercio, ni un quinto, ni un décimo de lo que yo quería esas cosas, aunque ya no jugara con ellas. Porque en el fondo, ciertamente, ya no te sientas, con 10/12 años, a pretender que He-man le gana a Skeletor. Simplemente lo sabes.

¿Qué se le va a hacer? Perdido por perdido, al igual que otras partes de mi infancia/adolescencia, como la Olivetti portátil o la CZ Spectrum. Ni para recuerdos.

¿A qué va esto? A que son heridas que no cierran, a que hay cosas que vuelven, a que hay necesidades o gustos que no son satisfechos y quedan ahí, por años.

Porque también había ahí algo de coleccionismo. Recuerdo cuando mi padre, que trabajaba para una distribuidora de gaseosas, consiguió todos los camioncitos de una conocida bebida. Una promoción de canjear tapitas por modelos históricos de camiones se convirtió en una hazaña. Al igual  que lo era completar los álbums de los Go-Bots, las Madballs (me faltó una sola!), los Simpsons o V Invasión Extraterrestre (que me daba algo de impresión).

Con el tiempo, y ya con algo de dinero, esas ansias por el coleccionismo volvieron. Hubo intentos, en la niñez y parte de la adolescencia, con capitas de gaseosa, cajas de cigarillos, estampillas, tarjetas de varios tipos y otras cosas. Luego fueron con cards de superhéroes o de Star Wars. Finalmente pasé a las monedas de la Segunda Guerra Mundial y a los libros antiguos. Lo primero quedó también en la nada, y lo segundo sigue estando ahí, pero no puedo calificarlo de coleccionismo porque es más un gusto amplio, una pasión, y no tengo listados de libros buscados o de colecciones a completar.

Abandonaba estas colecciones por diferentes motivos, principalmente falta de ganas. A veces se demoraban por el dinero, como es el caso de las monedas, pero en realidad, solían ser antojos pasajeros que no sobrevivían la primera o segunda docena de cosas. No terminaba de "engancharme".

Y entonces, encontré lo que buscaba. Pero eso es para otra entrada.

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