Este sábado pasado se había organizado, algo
espontáneamente, una nueva edición de Rosario
Juega Indie. Como si no fuera poco organizar una convención anual de rol,
desde el año pasado se lleva a cabo una específicamente apuntada a los juegos
de este tipo, sin detrimento de las mesas fijas de otros juegos de rol, que
siguen teniendo lugar.
Hay que agradecer todo esto a varios miembros del club: Krinnen y Drake, particularmente, pero también otros como DagaZ y Nana, que siempre se presentan como Djs. Seguro que me olvido de
alguno, perdón.
Me había anotado, pero no fui. Así de sencillo, y para eso
dedico esta entrada. Primero para que, por mi ausencia, mis seguidores (eso
suena feo, no soy un dios!) no le pierdan rastro a la movida rolera rosarina. Segundo,
porque los motivos de esta ausencia detonaron una nueva reflexión sobre mi
estado de ánimo.
Fueron días con rápidos altibajos. El jueves fue
particularmente bueno, y arrancó el viernes con una mañana tranquila. En un
curso de capacitación laboral (que no de autoayuda para empleados con problemas
personales y cómo no llevarlos a la empresa, ni llevar los de la empresa a la
casa), me di cuenta de que era muy feliz. Casi nada estaba por fuera de lo que
tenía planeado, todo estaba saliendo bien, no era necesario hacer cambios.
Claro que luego el día se derrumbó en caos, como suele
suceder todos los viernes en el trabajo (tomándome inevitablemente por
sorpresa, porque los problemas salen de lugares impensados). Remontó como
siempre a la noche con la reunión familiar semanal, y llegó a su cenit el
sábado en la facultad.
Pero llegar a casa, con sueño, hambre y unas enormes ganas
de quedarme, fue el derrumbe de todo. Llamé y avisé que no iba. Algo había ahí
que quería cumplir el compromiso, pero pensé “ey, nadie morirá si no voy”. Simplemente
sopesé lo que podía perder y lo que podía ganar, y me quedé durmiendo una
necesaria siesta.
Puntualmente, la causa era esa: mucho sueño, cansancio
general. Simplemente no tenía ganas de
jugar rol, y haría mal en meterme en una mesa con ese estado de ánimo. No
hubiera sido justo para nadie.
Pero después, profundizando, vi que hay una desconfianza a
jugar rol. Porque pensaba que ir era una pérdida de tiempo: no iba a
divertirme. También una desconfianza a empezar de nuevo, por así decirlo; como
quien fue traicionado varias veces y ahora teme volver a confiar. Ciertamente
el rol no me ha hecho nada malo, pero la
gran cantidad de veces que comencé campañas que quedaban inconclusas o me involucré
con grupos de juego que luego se desarmaban me ha hecho receloso. Ni el
meterme en juegos Indie, que a veces son autoconclusivos, me ha podido salvar:
simplemente no he podido ingresar en ninguna mesa. Mi mesa de Burning Wheel, que tanto estaba disfrutando
a pesar de los problemas del grupo por mantenerse unido, ha quedado en la nada.
De nuevo.
Comparados con otras aficiones y proyectos, que han avanzado
mucho o poco en estos últimos tres o cuatro años, el rol sigue ahí, atascado,
la eterna Cenicienta que espera un futuro que no viene. No es por falta de
tiempo, aunque me cuesta ir los sábados y pocas veces puedo. Simplemente es por falta de algo que me una de nuevo a
la afición. Me siento excluido, no alguna persona en particular o un grupo,
sino simplemente por circunstancias ajenas a mi control. Cosas que pasan. Y que
siguen pasando, una y otra vez.
Hace tiempo comencé mi colección de miniaturas de SW con la
compra de los, entonces, nuevos manuales de rol. Ahora he aceptado que
posiblemente las seguiré comprando para tenerlas, porque tal vez nunca dirija o
juegue en esa galaxia tan, tan lejana.
Y encima vienen y me dicen que el universo se sigue
expandiendo.