Ambiciones


Via Microsiervos me llegó hace unas semanas este artículo (y su segunda parte). El título era más que revelador: Modelos de negocio: Cómo ganar dinero en un mundo perfectamente copiable.

El artículo me pareció perfectamente enfocado: nos enfrentamos a una transformación mundial, tanto cultural como económica, y fundamentalmente, social. Una que pocos pueden ver, y que solamente esos pocos tendrán oportunidad de cambiar o de aprovechar. Mientras las empresas presionan a los gobiernos para que castiguen y penalicen seriamente la mal llamada piratería (incluso violando derechos civiles y constitucionales), y se desata una pelea en el seno de la UE, entre los eurodiputados y los representantes de numerosos sitios y asociaciones basadas en Internet, unos cuantos artistas están aprovechando para ganar más dinero que antes, sea que ganaran mucho o poco. Todo esto, sin perder su libertad creativa, sino más bien adaptándola constantemente.

Es así como escritores ponen a disposición versiones digitales de sus obras sin cobrar nada, confiando en que la gente comprará sus libros incluso más que antes. Los artistas de la música cuelgan canciones o discos enteros para mover el avispero, o las subastan por centavos. Otros venden artículos físicos de cortas tiradas pero con un amplio margen de ganancias, que cubren sus pérdidas o escasas ventas de los artículos más conocidos, que venden por poco y nada. Cada uno desarrolla una solución diferente.

El artículo analiza varios casos que involucran bandas, centrándose en un asunto bastante escuchado: los discos no dan suficiente dinero, porque las compañías disqueras (las muy vampiras) se chupan las ganancias. Es famoso el caso de que Michael Jackson ganaba apenas unos centavos de cada disco que sacara; aunque fuera multiplatino, el dinero en sí no era demasiado. Las bandas y artistas ganaban dinero, en realidad, de tocar en vivo, de salir de gira, y de algunos contratos publicitacios o cosas así. No tenían la vaca atada: aunque tuvieran un nivel de vida mucho más elevado que el de los mortales, en realidad tenían que transpirar su dinero como cualquiera.

Como dice el artículo, muchas bandas fueron comprendiendo esto con el tiempo, y se dedicaron con más ahínco a salir de gira. Un caso que me parece pertinente destacar, que no aparece en el artículo, es el de Pearl Jam, banda que me encanta no sólo por su música sino por sus posturas políticas, artísticas y promocionales.

Cuando Pearl Jam vino a Argentina en 2005, fui a mi primer concierto munido de mi viejo grabador de periodista y varios cassettes. Según había investigado, la banda tenía una política especial para sus aficionados, que habían colgado de su página web: estaban permitidos los grabadores, siempre que no fueran demasiado grandes; algo similar sucedía con las cámaras de video. Por años había nadado en la cultura del bootleg: era fácil descargar de foros y sitios semioficiales cualquier tipo de material grabado en recitales, algo hasta aprobado por la banda. La única regla era compartir equitativamente. Ese material grabado en conciertos no se vendía: se grababan cassettes y Cds a pedido o se intercambiaban por envío postal, en una época en donde la banda ancha todavía no era tan fuerte. En EEUU, esto era casi una religión dentro de los pearljamistas.

Es evidente que había ahí una cadena de afecto, de mística, de comunidad. Algo mencionado más o menos explícitamente en el artículo, y que vengo conversando con miembros de la ADI desde hace tiempo.

Poco después de mi experiencia sublime en el estadio de Ferro, las cosas cambiaron. Pearl Jam comenzó a vender en Internet sus conciertos, grabados directamente de la consola de sonido. Esto también lo empezaron a hacer otras bandas, pero es el caso que más conozco. Es decir, legalizaron algo que era técnicamente ilegal, pero que ellos habían permitido durante años. Los conciertos se podían bajar tanto en formato MP3 como FLAC (audio de mayor calidad, comprimido sin pérdida de datos), junto con el arte de tapa diseñado específicamente. Uno podía grabarse su propio CD, incluso imprimirse la carátula oficial.

¿Abuso? Para nada: por unos pocos dólares, uno tenía una grabación oficial del concierto, perfectamente editada. Mi torpe grabación del recital de Ferro salió para la mierda. En lugar de concentrarme en disfrutar el evento, tenía que pensar en las pilas, en cambiar de cassette, etc. etc. A partir de ahora, los aficionados podían comprar una copia profesional del concierto, y el detalle del arte de tapa no es menor: Pearl Jam se ha destacado siempre por la originalidad del packaging de sus discos y las fotografías y dibujos que utilizaban (y cómo las utilizaban). Todo eso por unos pocos dólares.

El sistema todavía sigue, con la diferencia de que a partir de ahora también se podrán comprar copias físicas bajo demanda. Es un ejemplo más de que vivimos en un mundo diferente, y que va a seguir haciéndose diferente, más allá de los sueños de los escritores de ciencia ficción.


Mi experiencia, y a donde va todo esto

Mientras leía el artículo anterior, y lo meditaba, recordaba la frase de un amigo que, con buenas intenciones, trataba de desalentar mis primeros intentos en el área de autoedición digital. "Te lo piratean", me dijo muchas veces. Contra eso, había poco que hacer, poco que decir; por lo menos en esa época, varios años atrás.

Hace tiempo que acaricio la idea de publicar ciertos materiales propios en Internet, e incluso hice algunas ventas con un sistema mixto: la venta de artículos y otros materiales en soporte físico, enviando Cds por contrarrembolso. Lamentablemente no hice más que dos o tres ventas en el transcurso de varios años, así que la experiencia no fue del todo buena, aunque me demostró que hay gente que está dispuesta a pagar dinero por lo que haces, si consideran bueno el material que muestras.

Lamentablemente no tomé en cuenta esta experiencia en toda su dimensión, y me aferré a un modelo de negocios que tenía la vaca atada. Para peor, cuando quise innovar, la cagué, así como suena. Mi sitio me daba buen dinero por publicidad en su momento, dinero mensual, de hecho, en dólares. Por desconocimiento de cómo funcionaban diversas cuestiones básicas de Internet, creí que hacía una buena inversión cuando en realidad me estaba destruyendo. Mudé el sitio de lugar, perdí todo el posicionamiento y con él se fue una gran parte de la publicidad. Actualmente, muchos años después, a pesar de que he probado mil cosas, no he podido recuperar un nivel ni la mitad de bueno. Digamos que ya renuncié a esa parte del asunto.

Pero la falta de trabajo y las ganas de vivir de lo que me gusta hacer siguieron haciendo mover los engranajes en mi cabeza. Tenía que haber una forma. La hay: en realidad, hay muchas formas, y todas son maleables.

En 2009 fui amasando todas estas ideas y todo terminó, o comenzó, en esto:

Studio Ergo Sum, mi propia editorial digital


Por ahora no digo más, porque todavía se están cocinando los ingredientes. Ya hay proyectos, y pronto los podrán ver en el mismo sitio.

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