Haberlo dicho antes...


Sigo leyendo El camino a la Tierra Media, de T. A. Shippey, y me encontré con esta frase en el último capítulo:

... mientras uno avanza por la lectura de "La Historia de El Señor de los Anillos" es posible sentir -y esto es aplicable especialmente a un lector que conozca bien las obras terminadas- que Tolkien no sabía lo que estaba haciendo.
¡Haber empezado por ahí, hombre! Y yo que creía que tenía una idea... Pues no, leyendo esto siento que mi método algo loco de escritura tal vez no sea tan original. Lástima que si bien tengo los tomos de esa serie, no tengo mucho tiempo para leerlos...

Me resultó curioso que justo ahora, después de que pensé algunas cosas, las leo en este libro. Particularmente lo de la correspondencia entre nombres de cosas y conceptos, ya que según cuentan, Tolkien hasta último momento usó ciertos nombres que no correspondían del todo con el concepto popular, pero sí el suyo. Ya que él conocía las raíces de las palabras y expresiones, a veces se emperraba en mantener palabras como gnomo para los Noldor, pensando en que hacía recordar a la raíz griega gnosos, conocimiento. En realidad de ahí derivaba, pero la gente hacía rato que se había olvidado de eso...

Otro elemento que me gusto fue lo de la frase de la sopa y los huesos de buey; uno hace la sopa y la disfruta, pero ponerse a estudiar los restos del animal con la que fue hecho, si bien puede ser algo agradable para algunos, no lo es para todos. Y es más, pasarse de la raya y dejar de disfrutar la sopa para disfrutar solamente el exámen de los huesos... es otro tema. Esto refleja el problema que tenía Tolkien, según el autor, entre hacer filología y hacer literatura. Yo no tengo ese problema, pero sí he tenido que superar mi manía superdetallista de querer explicarlo todo. Y como no puedo hacer filología...

Y finalmente, para cerrar:
Quizá el peligro real de examinar "los huesos de buey" no sea más que éste: supone una amenaza a nuestra noción general de creatividad. En nuestro "modelo" del autor puesto manos a la obra, en la mayoría de los casos confuso, tenemos tendencia a imaginarlo siguiendo un Gran Diseño del que sólo el autor está al tanto, y que es a la vez inspiración central y lucero guía. (...) Descubrir que el autor no tiene un lucero que le guíe, y que está tratando las cosas al azar, puede resultar una desilusión; como puede serlo darse cuenta de que el Gran Diseño (los Silmarils, la naturaleza del Anillo) fue de hecho una de las últimas cosas de las que cayó en la cuenta.
Esta desilusión no es problema del autor, quien escribe como mejor se le ocurre, sino que está en el lector, y en esa falsa concepción. En realidad, como lo veo yo, la genialidad del autor está en saber combinar los elementos, sea que los inventó o le cayeron al azar. La originalidad es algo fugaz, lo mismo que la inspiración. Si Tolkien no hubiera sido un genio, hubiera combinado mal sus elementos, o los hubiera hecho de manera que ahora su obra sería menor, y él sería uno más de tantos. Afortunadamente, como cuenta el autor, pudo recuperar muchos temas y elementos de la mitología nórdica e inglesa que estaban olvidados. Esa fue su originalidad, porque en el trabajo de prospector, de buscar elementos de inspiración y de crear buenas minas de material, sin robar, también está parte de la genialidad y del esfuerzo de todos los días frente a las páginas.

Ayer mismo, por ejemplo, fui en colectivo a un evento que al final no se realizó. Pero el viaje valió la pena totalmente. Además de poder leer estas páginas que acabo de comentar, me sirvió para tener la idea final de cómo será Ojos de Plata. Iba a dejar descansar el texto unos días, incluso una semana, porque no tenía una idea terminada del panorama. Pero una sola frase, casi una sola palabra, me sirvió de detonante para todo lo demás. Así que ahora me paso a la otra computadora a terminar de escribir mi primera novela.

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